Hiperconectividad, realidad, subjetividad
Ponencia en el XVIII Congreso de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis
1.
Para estar a tono con el tema de este Congreso, Psicoanálisis en un mundo distópico, voy a narrar dos historias distópicas.
La primera historia será sobre la realidad compartida. Términos como “noticias falsas”, “teorías de conspiración” o, incluso, “posverdad” se han usado mucho para narrar esta primera historia.
La segunda historia será sobre la subjetividad. Sobre el sujeto decimonónico de la interioridad profunda, la intimidad y la privacidad, y sobre nuevas subjetividades constituidas, por el contrario, en la exterioridad, la transparencia y la visibilidad.
Lo que tendrán en común las dos historias que voy a narrar es que la hiperconectividad es parte fundamental de su trama.
2.
A fines del milenio pasado, varias películas de Hollywood adoptaron una premisa distópica sobre la realidad: aquello que creemos es real no es, en verdad, real. Películas como The Truman Show, ExistenZ, Dark City, Abre los ojos, Wag the Dog, The Matrix: todas eran sobre la posibilidad de que vivamos en un sueño, en una simulación tecnológicamente generada.
Fue un momento irónico. Hollywood, la fábrica de irrealidad y sueños sintéticos, nos advertía que nuestra realidad podía ser una ilusión.
Fue irónico, pero no inusual. Como señaló McLuhan, a través de la historia las nuevas tecnologías de comunicación siempre fueron vistas como heraldos de lo irreal, de lo falso, de lo pseudo. Platón criticó a la escritura en esa línea y lo hizo, también irónicamente, por escrito, en su diálogo Fedro. Su crítica reflejaba las ansiedades de una cultura oral a punto de ser revolucionada por la escritura alfabética.
Las películas mencionadas probablemente también reflejaban la ansiedad de una época ante una nueva tecnología de comunicación –en este caso, la hiperconectividad– y ante su posible impacto revolucionario en nuestra capacidad de concebir la realidad.
¿Cuál ha sido ese impacto?
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3.
En la Modernidad, instituciones educativas, científicas, universitarias, periodísticas, médicas, judiciales definían en qué consiste la realidad. El “sentido común” que producían fluía, top-down, a través de ecosistemas de información basados en la imprenta –periódicos, revistas, libros– y luego en la radiodifusión. La cantidad de información disponible era relativamente reducida.
La hiperconectividad aceleró la caída de ese arreglo tecnológico e institucional moderno: sus instituciones epistémicas perdieron el monopolio de la autoridad para definir qué es lo real1.
4.
Según el análisis de Rogers Brubaker, la hiperconectividad transformó radicalmente los ecosistemas de información de las siguientes formas:
La cantidad de fuentes y de información disponible se hizo extremadamente abundante. Como en toda economía, abundancia y escasez determinan el valor: cuanta más información, el valor de una información o fuente específica disminuye.
La saturación resultante debido a la extrema abundancia de información es antitética a la certeza y a la confianza. Cuanta más información –usualmente contradictoria– más incertidumbre y desconfianza.
La hiperconectividad tuvo un efecto “horizontalizador”: toda información fluye a través de las mismas plataformas, al mismo nivel. Eso genera un efecto de equivalencia, como si todas las fuentes de información valieran igual.
La hiperconectividad generó un incremento de confianza en fuentes de información “alternativas”. La información de estas últimas se juzga auténtica por no estar mediada ni “manipulada” por el establishment.
Todo lo anterior también genera dogmatismo: la abundancia de información que confirma las propias creencias refuerza el sesgo de confirmación. De esta forma proliferan incertidumbre y desconfianza, pero a la vez dogmatismo y polarización. La realidad se fragmenta en múltiples realidades.
5.
Una forma más “filosófica” de formular la idea anterior sería anotar que las colectividades le daban Sentido a la realidad y a la existencia humana mediante Narrativas o Grandes Relatos, con mayúscula.
L.M. Sacasas señaló que Internet es estructuralmente incompatible con las Narrativas porque carece de estructura narrativa y de sentido determinados, por ello no asemeja un texto o un relato. Incluso cuando incorpora narraciones de la era analógica tiende a convertirlas en fragmentos descontextualizados y buscables, que circulan aislados: memes, imágenes, clips, citas, GIFs. Por eso, Internet asemeja una Base de Datos: “un conjunto de puntos de datos vagamente organizados cuyo sentido y significado no han sido incorporados en su forma”.
Personas diferentes recorren Internet siguiendo rutas distintas y se forman así concepciones totalmente divergentes sobre qué es real. En la Base de Datos online, una narrativa es meramente contenido: una entrada entre otras o una ruta junto a infinidad de otras. En Internet proliferan infinidad de narrativas con minúscula: innumerables trabajos de curaduría online de miles de realidades diferentes.
Esto recuerda a la preocupación de Kenneth Gergen sobre las tecnologías que saturan al sujeto con una cantidad infinita de información contradictoria, o con la preocupación de Jean Baudrillard sobre la disolución y el colapso del sentido debido a la proliferación de información.
Estabilizar consensos en este contexto de implosión tecnológica de la realidad probablemente sea imposible.
6.
Volvamos a las distopias. ¿Recuerdan el espíritu apocalíptico de inicios de este siglo? Algunos temían que el 2012 fuese el fin de los tiempos según un calendario maya. El mundo no se acabó en el 2012, pero algo cambió alrededor de ese año.
Alrededor del 2012, las tasas de depresión, ansiedad, autolesiones y suicidio en adolescentes y jóvenes en EEUU, Canadá, Inglaterra y Australia, Europa Central y los países nórdicos empezaron a registrar un incremento casi exponencial. Hay un consenso sobre una crisis de salud mental en niños, jóvenes y adolescentes del “mundo desarrollado” cuyo inicio varios investigadores datan en el año 2012.
¿Qué pasó el 2012?
Ese año, el smartphone se convirtió en el dispositivo de comunicación móvil más utilizado en los EEUU. Y en todo el mundo, en el 2012, las ventas mundiales de smartphones se incrementaron en casi 50% con relación al año 2011.
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No vamos a abordar cuáles son los posibles riesgos patogénicos de la hiperconectividad. Solo quería señalar que hay una relación entre hiperconectividad y subjetividad que vale la pena explorar. Podríamos hacerlo con esta pregunta: ¿qué formas de subjetivación promueve la hiperconectividad?
7.
La subjetividad burguesa del siglo XIX se basó en el ideal romántico de la autenticidad del individuo; la subjetivación se entendía como el autodescubrimiento, desarrollo, introspección y expresión de una interioridad profunda, original, auténtica y única.
Esa autoarticulación tenía límites porque la interioridad era concebida como más profunda que la razón consciente. Era, en un sentido radical, privada e íntima: invisible no solamente a los demás, sino incluso al sujeto consciente mismo. En otras palabras: “el yo no es amo en su propia casa”.
El homo psychologicus fue ese sujeto privado y opaco, tanto para otros, como para sí mismo. Le era consustancial un ámbito de secreto, de invisibilidad, de intimidad. La distinción entre lo público y lo privado era esencial para este sujeto y debía protegerse como un derecho fundamental. La transgresión del derecho a la privacidad por totalitarismos de vocación panóptica solía ser considerada una violencia particularmente distópica, desde 1984 hasta La vida de los otros.
8.
Jean Baudrillard anticipó un desdibujamiento de esa distinción entre lo público y lo privado y entre exterioridad e interioridad en lo que él llamó el “éxtasis de la comunicación”. Dos vectores opuestos componen ese éxtasis:
la extroversión forzada de toda interioridad
la inyección forzada de toda exterioridad.
La extroversión de la interioridad podemos constatarla en las nuevas prácticas de subjetivación, esas “construcciones de sí orientadas hacia la mirada ajena o exteriorizadas, no más introspectivas o intimistas”. En contraste con la antigua intimidad, Sibilia denomina extimidad a estos nuevos patrones de subjetivación.
La cultura de la celebridad y la sociedad del espectáculo influyeron en esas nuevas formas de subjetivación. La hiperconectividad aceleró esa tendencia y democratizó la celebridad promoviendo la visibilidad y la exteriorización. Estas se dan en plataformas que ponen el reconocimiento intersubjetivo en un contexto competitivo, comparativo y gamificado vía la cuantificación incesante del éxito en la interacción: cantidad de likes, de “amigos”, de seguidores, de comentarios, de engagement.
Publish or perish bien podría ser considerado el lema de los nuevos tiempos. El ser y el valor del sujeto ya no se constituirían en su articulación introspectiva, íntima y autoexpresiva de una interioridad profunda sino, por el contrario, en su visibilidad, en su transparencia, en su celebridad, en su exteriorización.
El paradigma sería el influencer:
Aquel que colapasa la distinción entre público y privado, entre exterioridad e interioridad.
Aquel que pone en escena su vida “real” e íntima, viviendo los contrasentidos de "performar autenticidad” y de una “intimidad pública”.
Aquel que optimiza el self digital como objeto de consumo –o sea, como mercancía– en competencia por visibilidad y audiencia…
… con la esperanza de convertir el éxito cuantitativo en la economía de los likes en reconocimiento y status o en éxito en la economía monetaria.
Por su parte, la inyección de toda exterioridad es, en otras palabras, que la hiperconectividad “trae el mundo al self”. Es saturación: el self es invadido por infinidad de voces, imágenes, información, formas de ser, valores, objetos.
Eso puede ser enriquecedor y liberador para el sujeto, al ampliar el rango de posibilidades de su self. Pero también puede ser desconcertante y causar incertidumbre. Gergen temía incluso la desestructuración del self por una condición “multifrénica” causada por su saturación con valores e ideales contradictorios. Baudrillard, por su parte, utilizó la metáfora de la esquizofrenia: “la proximidad absoluta” y “la instantaneidad de todas las cosas” traería “el fin de la interioridad y de la intimidad, la sobreexposición y transparencia del mundo que atraviesa <al sujeto> sin ningún obstáculo”.
Como nos recuerda Lemma, la ausencia del objeto, el retraso en la gratificación y la frustración resultante eran necesarias para que el sujeto represente simbólicamente su experiencia y su deseo y, así, interiorice reflexivamente esa experiencia como pensamiento y representación. Ello permitía al sujeto delimitar su interioridad frente a la exterioridad.
Pero retraso en la gratificación, frustración del deseo y ausencia del objeto son obsoletos en la hiperconectividad. Esta se rige por el tiempo real de la satisfacción instantánea y por la presencia inmediata y constante del objeto. Como señala Recalcati: “Todo se halla permanentemente conectado, accesible, potencialmente siempre presente”. Según Lemma, eso pone condiciones para “un estado psíquico omnipotente y regresivo” y para la ilusión primaria de indistinción entre interioridad y exterioridad.
Es probable que la hiperconectividad problematice el límite entre interioridad y exterioridad y que sea antitética a una subjetividad entendida como interioridad, capaz de “producir los límites de su propio ser”.
9.
¿Qué podemos concluir de estas historias?
Lo que se ha llamado “polarización” es, en realidad, una politización de la realidad. El primer imperativo político hoy es #creer, pero no en tal o cual ideología, sino en tal o cual realidad. Los ciudadanos de un mismo país habitan infinitos mundos digitales diferentes, mediados por flujos de información incontrolablemente globales vía plataformas de Sillicon Valley. ¿Cuál es el futuro de la autoridad de las instituciones que producían el conocimiento sobre la realidad en este contexto de fragmentación? ¿Cuál es el futuro de la autoridad del Estado?
Por otro lado, hasta inicios de los 2010 había quienes creían que Internet nos liberaría de las “limitaciones y tiranías de la identidad”. Se pensaba que la Red iba a promover el juego posmoderno e irónico con identidades cambiantes, múltiples, fluidas, plásticas, mutantes.
Sucedió lo contrario. La hiperconectividad ha sido escenario del auge en los últimos años de esencialismos identitarios, de identidades concebidas como esencias estables y definitorias de los sujetos. Identidades como compartimientos estancos que deben ser agresivamente regulados y protegidos: con “espacios seguros” a la izquierda, con muros fronterizos nacionales a la derecha. Cabe preguntarse por qué.
La hiperconectividad aceleró el proceso (pos)moderno en el que todo lo sólido se desvaneció en el aire, en dólares y en bits. Sentidos, culturas y valores se hicieron líquidos o mercancías. Todo se hizo ironizable, memeable, relativizable; todo, incluso nuestras subjetividades, se hizo contenido. Pero ese contexto líquido no ha sido liberador. El vacío ocasionado por la disolución de la cultura y de los códigos implícitos que daban sentido y regían las interacciones sociales ha sido llenado con reglas explícitas y punitivas, con la ampliación de regímenes normativos autoritarios a cada vez más ámbitos de comunicación e interacción. La relativización e incertidumbre también son correlativas a la defensa dogmática de narrativas: eso explicaría, en parte, el agresivo y generalizado clima de censura que vivimos y la nostalgia por identidades puras y esenciales.
Y volvemos a la distopia. El auge identitario hiperconectado es correlativo con el actual pesimismo generalizado: temibles prospectos económicos, pánicos climáticos y ecológicos y desilusión política. Según Robert Pfaller, quien siente que no tiene futuro invoca cada vez más sus orígenes. Probablemente por eso, la identidad esencializada y socialmente fragmentadora ha reemplazado, reaccionariamente, a cualquier discusión sobre un futuro universal y compartido. El auge identitario en la subjetividad hiperconectada respondería, al menos parcialmente, a la desesperanza ante un (posible) mundo distópico.
No crea el lector que todo tiempo pasado fue mejor. Corrupción, sensacionalismo, propaganda y manipulación siempre fueron posibles enfermedades de los ecosistemas de información modernos. La preocupación por las noticias falsas existe desde que hay prensa escrita masiva. Durante los 1990, la prensa chicha peruana informaba sobre vírgenes que lloran mientras difamaba a sueldo a los enemigos del régimen fujimorista; durante los 2000, la prensa de los EEUU reportaba armas de destrucción masiva en Irak: estas nunca existieron pero sirvieron para justificar la invasión a ese país. Por otro lado, no debe idealizarse el éxito del antiguo orden impreso en establecer una visión de consenso sobre la realidad, sobre todo en sociedades diversas, institucionalmente débiles o de modernidad híbrida o precaria
Gracias por compartir tu ponencia, que es también un tema de mi tesis (repositorio publicado en 2022), y gracias por las nuevas referencias bibliográficas. Como siempre, me encantó la síntesis y el estilo. Es difícil ser académico sin ser aburrido, y tu texto se lee con deleite. Saludos :-)