1.
El 22 de febrero de 2020, Mike Hughes falleció en un accidente aéreo. El paracaídas de aterrizaje de su cohete falló. No era el primer cohete construido y tripulado por Mr. Hughes. El segundo, lanzado en el 2018, lo construyó con dinero recaudado vía GoFundMe. La recaudación fue exitosa luego de que Mike anunciara su plan de volar hasta el espacio y tomar una foto de la Tierra para demostrar que es plana.
Tal esfuerzo es incomprensible para quienes “creemos en la ciencia” y sostenemos la vulgar creencia de que la Tierra es esférica. Pero la ciencia no persuadía al buen Mike:
“No creo en la ciencia. Sé sobre aerodinámica y dinámica de fluidos y sobre cómo las cosas se mueven a través del aire, sobre el tamaño preciso de cohetes y propulsión. Pero eso no es ciencia, eso es sólo una fórmula. No hay diferencia entre ciencia y ciencia ficción.”
La osadía de Mike no era solo aeronáutica: considerar que la ciencia es solo un género literario es una deconstrucción intrépida. Ni Derrida se atrevió a tanto.
El 9 de febrero de 2022, el doctor Hernán Condori juró como ministro de Salud del Perú. La designación fue cuestionada cuando se difundió un video en el que el doctor promocionaba un producto denominado “agua arracimada”. Esa agua poseería una estructura molecular “como un hexágono, en filita” y, por lo tanto, “mucho más ordenada” que la del agua normal. Cabe anotar que solo el agua en estado sólido puede mantener una estructura hexagonal: el agua arracimada sería un prodigio líquido científicamente inexplicable. En el video, el Dr. Condori también explica el envejecimiento y las enfermedades: “nosotros nacemos el 100% de agua arracimada, (sic) conforme va pasando los años se va perdiendo este tipo de agua”. Consumir agua arracimada ayudaría a revertir esos efectos negativos.
Según su registro sanitario, el agua arracimada es una “bebida para diluir a base de agua purificada, jugo concentrado de granada y jugo concentrado de arándano”.
2.
Una vez presencié una breve conversación sobre teorías de conspiración y fake news durante una clase de Filosofía. ¿Por qué tanta gente sostiene apasionada y tercamente creencias irracionales? La hipótesis de la profesora era sencilla: la gente es bruta.
No es una buena hipótesis. Creemos en muchas afirmaciones sobre la realidad sin haberlas investigado científicamente, ni demostrado racionalmente, ni comprobado con nuestros sentidos. En Sobre la certeza, Wittgenstein nos recuerda que creemos proposiciones como “la tierra es redonda” o “dentro de mi cabeza hay un cerebro” porque nos las enseñaron instituciones en la que confiamos y cuya autoridad aceptamos. Esas proposiciones son el fundamento de nuestra visión del mundo y asumimos que serían el sentido común de toda “persona razonable”. Creemos en las vacunas porque confiamos en la autoridad del establishment médico, no porque hayamos leído – menos aún entendido – papers sobre epidemiología. No somos más inteligentes por estar convencidos de que la Tierra es redonda: simplemente confiamos en las escuelas, en sus profesores, en sus libros de texto, en la NASA.
La autoridad de instituciones educativas, científicas, periodísticas, médicas y judiciales y la confianza que el público tiene en ellas es crucial para construir un “sentido común”. El consenso sobre qué es real necesita instituciones que lo produzcan discursivamente y que lo difundan a través de ecosistemas de información. Las tecnologías de comunicación – imprenta, radio, TV – son la base material de esos ecosistemas. Esas tecnologías son una mediación – “medios” – entre nosotros y la realidad. La parte de los hechos del mundo que constataremos presencialmente con nuestros ojos y oídos es insignificante, los medios compensan tecnológicamente esa limitación. Según McLuhan “todos los medios existen para brindar percepción artificial a nuestra vida”. Si percibimos la realidad a través de medios, entonces las innovaciones en telecomunicaciones transforman nuestra experiencia del mundo.
El problema no es que la gente sea bruta. Algo ha cambiado en la confianza que se tenía en las instituciones que construían el consenso sobre el mundo; alguna transformación ha habido en las tecnologías que median entre nosotros y la realidad. ¿Qué ha pasado en esos ámbitos para que ministros de Salud vendan aguas imposibles y sujetos en cohete intenten probar que la Tierra es plana?
3.
Hasta inicios de los 2010 la buena nueva era que Internet iba a promover la democracia y la verdad. La Web 2.0 sería una esfera pública con información abundante y verdadera; la libertad para producir, transmitir y acceder a información empoderaría a los ciudadanos. Pero algo no salió como se esperaba. En el 2016 el protagonista de un reality show fue elegido presidente de un país con 5550 misiles nucleares; ayer la cuenta de Twitter de la Flat Earth Society tenía 101 349 seguidores. Hoy mi única certeza sobre la ivermectina es que la ketamina es más divertida.
Lo que no salió como se esperaba fue que Internet, smartphones y redes sociales1 amplificaron y aceleraron un proceso en curso desde mediados del siglo XX: la pérdida de confianza en la autoridad de las instituciones que establecían el consenso sobre qué es real.2
A diferencia de la era de la imprenta, en la era digital la información es extremadamente abundante y de acceso ilimitado. Como en toda economía, abundancia y escasez determinan el valor: cuantas más fuentes de información, el valor de una fuente específica disminuye. Hoy, las narrativas oficiales de instituciones tradicionales son solo una entrada, entre otras, dentro de la inmensa “Base de datos” de Internet. Además, cuanta más información disponible, menos certeza. Hay una cantidad inmensa de información online para fundamentar cualquier creencia y también la creencia exactamente opuesta. Esa abundancia de información contradictoria incentiva la incertidumbre y la desconfianza.3
Internet también tiene un efecto “horizontalizador”. Toda afirmación sobre la realidad fluye a través de las mismas plataformas; los mensajes más disparatados comparten los mismos canales y aparecen al mismo nivel que los mensajes de instituciones oficiales. Tanto la Sociedad de la Tierra Plana como la NASA tienen sus respectivas cuentas de Twitter; para muchos ciudadanos una página anónima de Facebook o una cadena de WhatsApp tienen más autoridad que la prensa tradicional. Esa horizontalidad genera un efecto de homogeneización y equivalencia que promueve la incertidumbre.
La desconfianza en el conocimiento producido por instituciones oficiales es correlativa al incremento de confianza en fuentes de información alternativas. La información de estas últimas se juzga auténtica por no estar mediada ni “manipulada” por el establishment. Esa inmediatez y contar con abundante información que confirma sus propias creencias hacen que la gente sobreestime lo que sabe; un tuit alineado con mis prejuicios sobre un tema basta para convencerme de que sé todo sobre ese tema y de que poseo la verdad. Por cierto, la inmediatez online es ficticia: Google y las redes sociales son los nuevos mediadores que determinan qué información se muestra a quién. Los algoritmos presentan a cada usuario el contenido que concuerda con sus puntos de vista.4 Las “burbujas de filtro” resultantes polarizan y fragmentan la “esfera pública” al presentar a cada usuario una realidad diferente.
Así proliferan incertidumbre y desconfianza, por un lado, y dogmatismo y polarización, por el otro. En el ecosistema de información digital, la realidad compartida – el “sentido común” – se fragmenta en múltiples realidades y sentidos comunes en disputa. No es un problema de ignorancia, ni tampoco de engaño. Hay ingenieros convencidos de vivir en un planeta plano; hay doctores que afirman que el agua líquida tiene estructura hexagonal; hay biólogxs que sostienen que el sexo es un espectro; hay gente segura de que la obesidad no es un riesgo para la salud. Hoy todos somos conspiranoicos: todos tenemos alguna creencia sobre la realidad que una cantidad considerable de gente considera errada, moralmente reprobable o psicótica.
4.
Los humanos siempre hemos construido y compartido Narrativas, con mayúscula, para darle sentido a la realidad y a nuestra vida. Son los grandes relatos, coherentes y cerrados, con los que interpretamos el cosmos y nuestro lugar en él: religiones, ideologías, morales y filosofías. Estas Narrativas son filtro y estructura mediante los cuales percibimos y entendemos el mundo. Las solíamos interiorizar vía tradiciones de textos orales o escritos. Al igual que las tecnologías de comunicación que les sirven de soporte, las Narrativas también son mediación entre nosotros y la realidad.
Por su parte, Internet es una inmensa cantidad de información en crecimiento vertiginoso y accesible de forma inmediata. Pero su forma no asemeja un texto o un relato, sino una Base de datos: esto parece hacerla incompatible con las Narrativas con mayúscula.5 Hay infinitas formas de recorrer la delirante cantidad de videos, textos, imágenes, audio y cifras disponibles online. Diferentes personas pueden recorrer Internet siguiendo rutas completamente distintas y formarse así concepciones totalmente divergentes sobre qué es real. En ese contexto es difícil que una Narrativa pueda estabilizar un consenso amplio sobre la realidad. Lo que tenemos hoy son múltiples narrativas con minúscula: innumerables trabajos de curaduría online de miles de realidades diferentes.
Las narrativas proliferan en el mundo digital; la arquitectura de Internet promueve la creación y diseminación de relatos. Esas narrativas no abarcan toda la realidad ni toda la vida humana. Tampoco tienen autoridad para generar consensos amplios. En la Base de datos, una narrativa es meramente contenido: una entrada entre otras o una ruta junto a infinidad de otras posibles. En Internet la única persuasión es la repetición y la única verdad es la viralidad, es un ecosistema indiferente a la verdad, la credibilidad o la confianza. Sus valores son la popularidad y la visibilidad: clics, likes, tráfico, engagement, shares, reposts. Las mentiras alineadas con una narrativa son más virales que la verdad, por eso han sido bastante rentables.
Los incentivos de las redes sociales – reconocimiento, atención, visibilidad y likes, por otro lado, invisibilidad o cancelaciones – cohesionan comunidades de creencia alrededor de narrativas y de su rivalidad contra otras. Si a esos incentivos les sumamos nuestros sesgos cognitivos, el resultado puede ser una pintoresca historia sobre reptilianos o el no tan pintoresco rechazo a resultados electorales.
5.
El 8 de junio de 2021 Pedro Castillo fue elegido presidente del Perú. La legitimidad de las elecciones fue ratificada por instituciones nacionales e internacionales. Sin embargo, la candidata perdedora denunció, sin prueba alguna, un supuesto fraude electoral. Aún hay ciudadanos convencidos de que ocurrió ese fraude, entre ellos, abogados de los estudios más caros del país.
El 7 de diciembre de 2022 Pedro Castillo intentó dar un autogolpe de Estado sin el apoyo de las Fuerzas Armadas. En un mensaje a la Nación televisado anunció su intención de disolver el Congreso y establecer un gobierno de excepción. Sin embargo, hay personas inteligentes e informadas que afirman que Pedro Castillo fue, en realidad, víctima de un golpe de Estado.
El sesgo de confirmación es nuestra tendencia a buscar y atender solo la evidencia que confirme nuestras creencias y a interpretar la evidencia disponible de forma tal que respalde nuestras posiciones. Por eso tendemos a resistir y cuestionar toda información, aunque sea verdadera, que contradiga nuestras posturas; a veces simplemente ignoramos u olvidamos lo que nos refuta. La razón humana parece más propensa a argumentar que a buscar la verdad. No nos gusta estar equivocados. Pero ante un conflicto cognitivo no solemos revaluar nuestras creencias, sino las fortalecemos o racionalizamos. Nos polarizamos.
Lamentablemente, la educación o la inteligencia no son antídoto contra el dogmatismo o la polarización. Varios estudios encuentran correlación entre sesgos e inteligencia. Las personas inteligentes, con formación académica y más informadas parecen tener sesgos más fuertes. Esto sucede con cualquier postura ideológica. La educación y la información brindan a las personas habilidades cognitivas para rechazar evidencia y argumentos que refuten sus posturas. Las personas educadas son mejores para convencerse a sí mismas de lo que quieren creer.
La educación tampoco es antídoto contra creencias descabelladas. Tenemos el deseo de confirmar la visión del mundo que compartimos con nuestra tribu. Parece que la mente política no tiene como objetivo principal encontrar la verdad, sino fortalecer nuestra pertenencia a un grupo, promover su cohesión y defenderlo ante ideas que lo amenacen. Los terraplanistas - entre los cuales hay ingenieros - están afectivamente comprometidos con su credo porque les brinda el cariño y el reconocimiento de una comunidad. La humanidad es una especie gregaria, nuestra sobrevivencia y bienestar dependen de la pertenencia a una tribu. Quizás por eso personas inteligentes pueden sostener, con complejos argumentos, creencias descabelladas pero compartidas por los suyos. Esas creencias serían un signo de fidelidad al grupo y de hostilidad contra el out-group
Obviamente, sí somos capaces cambiar de opinión y de corregir nuestros errores. Pero lo más frecuente es lo opuesto. Estudios sugieren que el fact checking y el acceso a evidencia pueden ser contraproducentes y reforzar la creencia en falsedades y la polarización. La pertenencia al grupo es más importante que los hechos.
6.
Los esfuerzos contra las “noticias falsas” – fact checking, censura, “pensamiento crítico” – no toman en cuenta que estamos viviendo una nueva era; hoy la principal mediación entre humanos, y entre humanos y la realidad, es la hiperconectividad digital. Esos esfuerzos tampoco consideran los sesgos que hacen de la razón humana más una arma en la pelea entre tribus que una luz para buscar la verdad. Comprender el presente nos exige dejar los supuestos de la era de la imprenta y abandonar esa Ilustración que, traicionando a Kant, no reconoce los límites de nuestra razón.
Los cambios han transformado el discurso político. El escepticismo y la “crítica implacable de todo lo existente” solían ser característicos de la izquierda. Pero el escepticismo fue generalizado por las redes sociales y adoptado por la derecha populista en formas conspiranoicas. Quizás por eso, en lugar de dudar, hoy el progresismo exige creer. Por ejemplo, desconfiar de la industria cultural está en desuso, el problema ya no es que el arte sea mercancía. El problema hoy es que el arte no imparta la correcta educación moral: que tal película repruebe el test de Bechdel, que tal novela no narre “diversidad”, que La Sirenita no sea del color adecuado. El arte debe enseñar las lecciones morales en las que debemos creer. Por eso hay que creer en Disney. Pero también creer en la “Ciencia”. Y creer en las mujeres; creer en las farmacéuticas; creer en este post; creer en esta infografía; creer en el calentamiento global; creer en esta carta astral. La forma del discurso progresista en el actual contexto de colapso epistémico es #yotecreo.
Es comprensible. Para bien o para mal, las Narrativas con mayúscula tenían cierre, controlaban y estabilizaban el sentido. Internet es abierta, inestable y resiste a los intentos de cierre o estabilización. La imposibilidad de fijar Narrativas ocasiona una sensación de flujo incesante, incertidumbre, ansiedad. Todo es ironizable, memeable, relativizable. Quizás la fragilidad de las narrativas es correlativa al deseo de defenderlas agresivamente. Quizás eso explica el clima de censura online y la virulencia de la “cultura de la cancelación”. Hay personas dispuestas a pelearse por la narrativa que les brinda identidad, pertenencia grupal y sentido; hay otras dispuestas a pelearse por la narrativa que les da trabajo o status. En este mundo de performance redsocialera es difícil saber la diferencia.
La esfera pública moderna presuponía la diferencia entre hechos y opiniones. La deliberación es una cacofonía demencial o un circo memero cuando cada comunidad online vive su propia realidad según su psicosis ideológica. Hoy los ciudadanos de un mismo país habitan en diferentes mundos digitales: en algunos de esos mundos no fue válida la última elección presidencial; en otros un intento de autogolpe no es un intento de autogolpe; en otros Johnny Depp es culpable. Algunos de esos mundos son planos. El futuro de la autoridad de los Estados en ese contexto de fragmentación generalizada es un misterio.
En el Perú, el colapso mafioso de la política y la administración de justicia destruyeron nuestra fe en instituciones mucho antes de que Mark invente Facebook. “Las redes” solo amplificaron la tendencia. Nuestra comprensible desconfianza y frustración ante el Poder Judicial ha justificado autoritarismos punitivos formales e informales, físicos y digitales: Chapa tu choro, metoo, terruqueo, prisiones “preventivas”, linchamientos y ostracismos. No sé si en el futuro reconstruiremos instituciones y la confianza en ellas o si las abandonaremos por completo y redoblaremos nuestra fe en formas precivilizadas de “justicia”. No sé qué podría resultar de eso aparte de más fragmentación, desconfianza, autoritarismo y lawfare. Algún día, lector, la verdad de su inocencia podría depender de que logre viralizarla contra los sesgos ideológicos de algún respetable público digital. Buena suerte con eso.
En esta sección sigo el análisis Rogers Brubaker en su extraordinario Hyperconnectivity and its Discontents (2022).
El orden predigital y sus ecosistemas de información nunca fueron perfectos, como bien sabemos los peruanos: corrupción, sensacionalismo, propaganda y manipulación siempre fueron sus enfermedades. La preocupación por las noticias falsas existe desde que hay prensa escrita. Por otro lado, no debe idealizarse el éxito del orden impreso en establecer una visión de consenso sobre la realidad, sobre todo en sociedades diversas, institucionalmente débiles o de modernidad híbrida o precaria.
Esta abundancia puede ser utilizada como arma política para confundir y abrumar. En palabras de Steve Bannon, asesor de Donald Trump: “Los demócratas no importan (…). La oposición real son los medios de comunicación. Y la forma de lidiar con ellos es inundar la zona con mierda”.
Elon y Mark venden data y publicidad, por lo tanto ganan más cuanto más adictos a sus plataformas seamos; una buena forma de optimizar esa adicción es confirmarnos nuestras creencias psicóticas sobre la realidad. Otras formas son likes, porno, indignación, odio, perritos, gatitos y memes. Mención aparte merece Twitter: su segundo accionista mayoritario es el príncipe Al Waleed de Arabia Saudita. Eso significa que todos y cada uno de los tuits que defienden los derechos de la mujer y la democracia dan dinero al príncipe de una teocracia en la cual la brujería y el adulterio se castigan con decapitación.
La metáfora de Narrativa versus Base de datos fue propuesta por Lev Manovich en The Language of New Media (2001). Hay una buena discusión de la metáfora a cargo de Hayles y un desarrollo iluminador en los trabajos de Sacasas, a quien sigo en esta sección.